jueves, 25 de marzo de 2021

Milagro íntimo

Lo que hago en el bosque de abajo es caminar a pasos leves, tanteantes, mientras leo. Sí, caminar leyendo. El sueño de tanto lector desesperado por falta de tiempo. Torpe manera –pero efectiva- de hacer algo de ejercicio sin dejar de leer. Lo que pasa, básicamente, es que dejé de leer aproximadamente 10 años (cosas que nos pasan a los asalariados con empleos absorbentes). Y en los últimos meses me ha entrado una ansiedad lectora poderosa. Ha coincidido, eso sí, con un oportuno cambio de empleo, que me ha dado algo más de tiempo. Así que quiero recuperar las letras perdidas. No obstante, sé que, como el sueño, las páginas que dejaste de leer no se recuperarán jamás. Pero al menos, me digo, no quiero perder más que aquellas que ya perdí. 


García Márquez lo dijo: uno viene al mundo con los polvos contados. Así que, bajo una lógica sabrosona y costeña, podría concluirse que es casi un pecado vital desperdiciar un polvo. Pero los casados sabemos que hay un punto en la vida en que desperdiciar un polvo no solo no es un pecado vital, sino que resulta casi una exigencia vital, porque hay noches en las que más que polvos, lo que tu cuerpo necesita son horas de sueño. Pero si esta frase que se atribuye al nobel es cierta, también lo es su variación: uno viene al mundo con las páginas contadas. Y se puede agregar, para mayor angustia: tanto las páginas para ser leídas, como aquellas para ser escritas. Así que, emulando a algún personaje de Bolaño que leía hasta en la ducha, me ha dado por sacar a pasear a Max (mi perro hiperactivo) y leer al tiempo.

 

No siempre es fácil. Pero hay momentos bellos, intensos. Recuerdo la lectura de Novecento, por ejemplo, en los apartes donde Alessandro Baricco narra el vaivén del barco en el que Danny Boodmann T. D. Lemon Novecento tocaba el piano como nadie, e iba de un lado a otro del salón, bailando con las olas. Mis pasos trémulos, buscones, al pasar las páginas, emulaban esas mismas olas. Así que por momentos mi lectura fue una misma melodía y un mismo baile con el baile de Novecento y mis pasos fueron un nuevo milagro no registrado del caminar sobre las aguas. Un milagro íntimo. 

Pequeño milagro deparado solo a los lectores caminantes.

Imagen tomada de: http://www.hayunaesperanza.net/devocionales/camina-sobre-las-aguas-mira-a-cristo/   

miércoles, 24 de marzo de 2021

Hasta que la gota surja

Digamos que, como una planta de oficina olvidada en su matera en época de pandemia, me he ido secando apresuradamente. Tal vez no tan apresuradamente, pero sí con un ritmo serio, decidido. En un acto desesperado, hace tan solo unos segundos, logré inventarme una teoría que podría sacarme de esto, y que me gusta. Probablemente sea errada, pero me gusta. Y así como Borges sostenía que la función de las hipótesis era ser interesantes, pues la función de mis teorías existenciales no es acertar o errar –es decir, no tienen una relación directa con “la verdad”- sino que sencillamente deben gustarme. Y ya. Pues bien, mi teoría emergente es la siguiente: me seco, porque no escribo. Si escribiera, yo mismo, mis palabras, serían el agua clara que me salvaría de morir resecado por el sol. Así que me dije: “bueno, Juancho, échate un poco de agua”. Y así fue. Ya estando acá, puedo advertir que el agua que le agrego a mi melancolía es viscosa y densa. Onanismo existencial en toda regla, claro que sí.

 

De esta forma, inauguraré este viejo nuevo género del onanismo existencial. Seré mi propio Moisés golpeando con su báculo la roca eterna de la montaña, con la fe intacta (o no) en que de allí brotará el agua viscosa que me mantendrá con vida.

Seré una piedra en el agua

Seca por dentro.

Pero me estaré escarbando

hasta que la gota surja,

claro que sí. 



Puertas

¿Invento el poema o voy a su encuentro? ¿Y si es el poema el que nos busca?   Tal vez el poema exista desde antes y solo aguarde un ...