Digamos que, como una
planta de oficina olvidada en su matera en época de pandemia, me he ido secando
apresuradamente. Tal vez no tan apresuradamente, pero sí con un ritmo serio,
decidido. En un acto desesperado, hace tan solo unos segundos, logré inventarme
una teoría que podría sacarme de esto, y que me gusta. Probablemente sea
errada, pero me gusta. Y así como Borges sostenía que la función de las
hipótesis era ser interesantes, pues la función de mis teorías existenciales no
es acertar o errar –es decir, no tienen una relación directa con “la verdad”-
sino que sencillamente deben gustarme. Y ya. Pues bien, mi teoría emergente es
la siguiente: me seco, porque no escribo. Si escribiera, yo mismo, mis
palabras, serían el agua clara que me salvaría de morir resecado por el sol.
Así que me dije: “bueno, Juancho, échate un poco de agua”. Y así fue. Ya
estando acá, puedo advertir que el agua que le agrego a mi melancolía es
viscosa y densa. Onanismo existencial en toda regla, claro que sí.
De esta forma,
inauguraré este viejo nuevo género del onanismo existencial. Seré mi propio
Moisés golpeando con su báculo la roca eterna de la montaña, con la fe intacta
(o no) en que de allí brotará el agua viscosa que me mantendrá con vida.
Seré una piedra en el agua
Seca por dentro.
Pero me estaré
escarbando
hasta que la gota
surja,
claro que sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario