Lo que las palabras saben
y que no pueden
compartirnos
pues no estamos diseñados
para comprender dicho
misterio
es que la humanidad
completa
desde la “primera
homínida”
(caída desde la copa de un
árbol
a quien miles de años
después
se le bautizó Lucy:
dudoso honor de los
Beatles
bautizar años más tarde
a una primera fanática
que cruzó los cielos
pero abrazó los suelos),
hasta el último bebé
nacido
en tenue silencio
o en colérico grito
desgarrado
hace un momento
(y que será siempre
renovado
segundo tras segundo
a medida que este poema
avance hacia su muerte
así como cada que tus ojos
lector, lo acaricien);
la humanidad plena,
decimos,
desde su origen más remoto
hasta el primer suspiro
de su última tibieza
que se lanza al aire,
ha sido una estrategia
de la vida
para crear las ánforas
sutiles
para las palabras.
Estratagema extensa
pero válida.
Justificado engaño de las
eras:
hacer brotar la humanidad
anhelante
para poder almacenar
canciones,
para que las palabras
como plagas ansiosas
copulantes,
se multiplicaran sin fin,
de mente en mente,
de verso en verso,
explayadas en toda la
extensión del rezo
que compone la súplica
humanoide.
Al principio era el caos.
Precisó del hombre
para volverse verbo.
¿El lenguaje te habita
o tú habitas el lenguaje?
¿Tú piensas las palabras
o son ellas las que a ti
te piensan
desde antes?
¿Quién y en qué momento
definirá el surgir nuestro
del silencio?
¿Cuántos seres humanos
hacen falta
para alcanzar la última
palabra
del Universo?
¿Cuál su sentido profundo?
¿Y a quién dirigida?
¿Simple soliloquio de Dios
u olvido del demonio?
Oh, palabra que al final
del tiempo
aguardas desde ya
(en la punta de la lengua
de esta humanidad que ya
no calla)
a ser pronunciada
letra a letra.
Ten paciencia de nosotros.
Llegaremos a ti,
no lo dudes.
Desde el primer balbuceo,
hace milenios,