lunes, 29 de noviembre de 2021

Camino

 Lo que las palabras saben

y que no pueden compartirnos

pues no estamos diseñados

para comprender dicho misterio

es que la humanidad completa

desde la “primera homínida”

(caída desde la copa de un árbol

a quien miles de años después

se le bautizó Lucy:

dudoso honor de los Beatles

bautizar años más tarde

a una primera fanática

que cruzó los cielos

pero abrazó los suelos),

hasta el último bebé nacido

en tenue silencio

o en colérico grito desgarrado

hace un momento

(y que será siempre renovado

segundo tras segundo

a medida que este poema

avance hacia su muerte

así como cada que tus ojos

lector, lo acaricien);

la humanidad plena, decimos,

desde su origen más remoto

hasta el primer suspiro

de su última tibieza

que se lanza al aire,

ha sido una estrategia

de la vida

para crear las ánforas sutiles

para las palabras.

 

Estratagema extensa

pero válida.

Justificado engaño de las eras:

hacer brotar la humanidad anhelante

para poder almacenar canciones,

para que las palabras

como plagas ansiosas copulantes,

se multiplicaran sin fin,

de mente en mente,

de verso en verso,

explayadas en toda la extensión del rezo

que compone la súplica humanoide.

 

Al principio era el caos.

Precisó del hombre

para volverse verbo.

 

¿El lenguaje te habita

o tú habitas el lenguaje?

¿Tú piensas las palabras

o son ellas las que a ti te piensan

desde antes?

¿Quién y en qué momento

definirá el surgir nuestro

del silencio?

¿Cuántos seres humanos

hacen falta

para alcanzar la última palabra

del Universo?

¿Cuál su sentido profundo?

¿Y a quién dirigida?

¿Simple soliloquio de Dios

u olvido del demonio?

 

Oh, palabra que al final del tiempo

aguardas desde ya

(en la punta de la lengua

de esta humanidad que ya no calla)

a ser pronunciada

letra a letra.

 

Ten paciencia de nosotros.

Llegaremos a ti,

no lo dudes.

Desde el primer balbuceo,

hace milenios,

emprendimos el camino.

Sentencias en pena

 Hubo un decisum del fuego en el que ardieron los jueces

como si la palabra del fragor se rebelara de pronto

y se le antojara un paseo por las pieles.

Hubo llamadas telefónicas que alertaron la noche.

Los zopilotes erectos se lamían el pico

presintiendo el cadáver de Temis en sus lenguas.

Hubo una hoguera de togas en la que Dios se arrepentía.

El palacio de Justicia abrió sus piernas a los tanques

y el hierro rompe todo lo que toca.

Hubo la fiesta de la sangre, hubo la carne chamuscada:

aquelarre de la parca para invocar

el espíritu de la ley.

 

Jugamos aún a desconocer a los culpables

pero los miramos a los ojos diariamente

y ellos sostienen la mirada, desafiantes,

pues son ciegos.

Sostienen la mirada, vigorosos,

pues ven con los ojos del hierro y del fuego.

Más que mirada diríase mirilla.

 

Al fondo de sus ojos

en las noches serenas

los jueces gimen todavía

sus sentencias en pena.

Puertas

¿Invento el poema o voy a su encuentro? ¿Y si es el poema el que nos busca?   Tal vez el poema exista desde antes y solo aguarde un ...