Hubo un decisum del fuego en el que ardieron los jueces
como si la palabra del fragor se rebelara de pronto
y se le antojara un paseo por las pieles.
Hubo llamadas telefónicas que alertaron la noche.
Los zopilotes erectos se lamían el pico
presintiendo el cadáver de Temis en sus lenguas.
Hubo una hoguera de togas en la que Dios se arrepentía.
El palacio de Justicia abrió sus piernas a los tanques
y el hierro rompe todo lo que toca.
Hubo la fiesta de la sangre, hubo la carne chamuscada:
aquelarre de la parca para invocar
el espíritu de la ley.
Jugamos aún a desconocer a los culpables
pero los miramos a los ojos diariamente
y ellos sostienen la mirada, desafiantes,
pues son ciegos.
Sostienen la mirada, vigorosos,
pues ven con los ojos del hierro y del fuego.
Más que mirada diríase mirilla.
Al fondo de sus ojos
en las noches serenas
los jueces gimen todavía
sus sentencias en pena.
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