domingo, 12 de noviembre de 2023

Una casa igual a esta

Un milagro universal, milagro del agua

que súbitamente recuerda su infancia de niebla

y en ella la profecía de una piel humedeciendo el mundo;

así fue tu nacimiento, que es como decir,

así fue la creación del universo sutil

reverberante

paralelo

en el que habitan los númenes, las hadas

junto a tus ojos y a tus labios, junto a tu voz,

junto a tu forma de nombrar las cosas.

A ese universo nacido con tu nacimiento

me aventuro todavía,

con el miedo de quien zarpa

hacia las galaxias insondables.

 

Música de ángeles resuena en tu pelo,

el llanto de la roca tímida consuelas con tu aroma,

los niños vienen a ti como implorando una tibieza,

y así te sigo yo, mi vida, por la senda del sueño.

 

Nuestro encuentro fue planeado

desde las primeras páginas del libro de Raziel,

quien desde entonces se emocionaba

al presentirnos juntos.

 

Soy feliz porque he llegado a mi patria

que es tu piel de madrugada,

a la mirada con que me consolidas,

como si al verme me materializara de pronto en el aire.

Soy aparición de tus ojos, fantasma de tu tacto,

verso recobrado al despertar,

sueño repetido de las flores de antaño.

 

Canto a tu vida,

que es como cantar al fuego o a la puntualidad del alba,

a la lluvia que cae en las trincheras y las inunda

y las vuelve el lodo imposible para hacer la guerra.

 

Canto a tu vida

o a mi respiración nocturna, a mi anhelo de ti,

canto a la forma como me enseñas

a mirar a nuestra hija.

 

Soy aprendiz de amor,

siempre a tu lado, atento a lo que dictas en el mar.

 

Eres mi ejército de nubes,

mi dolor sanado,

mi despertar inverso, al mundo de los sueños,

donde la magia ocurre

donde habitamos una casa igual a esta

llena de los seres de todos los colores

y que es esta

y que somos nosotros.





jueves, 2 de noviembre de 2023

Vértigo horizontal

Sentí (como solo algo así

puede sentirse)

el límite de mi vista.

 

Asomado al mirador,

la mañana alumbraba,

orgullosa,

las hojas inmensas de los platanales.

 

Los hombres trabajaban la madera

y una radio anunciaba

lo que otros hombres,

en otras partes

de la misma mañana,

hacían también con sus manos.

 

El cuadro obsequiaba al visitante

la paz del buitre.

 

Allí lo sentí (como solo algo así

puede sentirse):

el límite de mi vista.

 

Fue así: la mujer nos explicaba,

orgullosa

(como la mañana

que alumbra

las inmensas hojas

de los platanales),

que detrás de la montaña

había un pueblo.

 

Que el río del fondo era el Cauca.

 

Que a la derecha profunda

viajaba el Risaralda.

 

Que el caserío cercano

era otro pueblo.

 

Y, al fondo, la cordillera,

que cedía solamente

a la inmensidad del cielo.

 

Directo

al centro de mi vista,

en el núcleo de mí,

un vértigo

horizontal

me arrojó al paisaje.

 

Vi cómo mi cuerpo 

se adensaba

con los colores del cielo,

cómo caía

mi cuerpo,

alelado de paisaje

y en el centro de mí

surgió un vacío

 

que no se quita

así pasen horas

días

semanas minuciosas,

hoy, todavía.

 

Y este vacío doloroso,

mezquino, inesperado,

traicionero,

 

grita tu nombre.




Puertas

¿Invento el poema o voy a su encuentro? ¿Y si es el poema el que nos busca?   Tal vez el poema exista desde antes y solo aguarde un ...