sábado, 12 de septiembre de 2020

Inmunidad de rebaño


La llama tímida lamía parte del asfalto
y no se atrevía aún
a trepar las paredes del CAI.
Jóvenes ahora sí contentos
de llevar sus tapabocas bien puestos
bailaban al compás de las truflay,
que no siempre apuntaban al cielo,
iconoclastas.
El fuego vibraba en las pupilas y en las almas.
Y todos fueron turba.
Turba diseminada y saltimbanqui
Turba de cazadores acezantes
Turba de espectador entretenido
Como un líquido espeso
la humanidad se derramó falda abajo.
Los árboles de siempre, impávidos
no daban crédito a la escena.
Aún así, militantes de la vida,
protegían el nido y el arrullo.
Por allí caminábamos
y las bengalas relamían nuestras pieles.
Estuvimos al alcance de todas las furias
mas ninguna tuvo ansias de nosotros.
Tropas vibraban con sus botas la vereda.
Los cánticos de los jóvenes tenían sentido,
pero no rimaban.
Hubo un momento en que las turbas
recelaron nuestros pasos.
Ni cánticos ni cacerías:
nuestros pies avanzaban al paso de la noche.
La tensión de ambas turbas duró solo un segundo,
luego siguieron su metabolismo de la Historia.
Al cruzar la algarabía te interrogué, dudoso:
¿Para dónde vamos, cuál es nuestro rumbo?
Parecías esperar esta pregunta.
De inmediato me dijiste:
¿Rumbo?
Yo llegué a mi destino desde que te tomé de la mano.
Y así seguimos,
inmunes a lo que no fuera nuestro abrazo.

Allá van los veloces autos


Allá van los veloces autos
repisando las curvas de la avenida.
Pero a ellos poco les importa.
Ella ensaya un nuevo arco de las cejas
por el que se presiente el arcoíris.
Él planea un atildado amasijo de la frente
imitando tal vez al gato tímido.
Así, van inventando el lenguaje nuevo del hablar bajo la tela
que es tan semejante
al hablar bajo el agua
solo que ahora no se pueden leer los labios
sino solo el énfasis de los ojos.
Van tejiendo en cada gesto esta nueva cadencia
en la que el aire ha recuperado su importancia
y es peligro y dicha a la vez, como todo lo hermoso.



Ya que usamos tapabocas


El sol está embotellado, cómo no, míralo, allí está:
la botella de cerveza lo aprisiona
entre otoños de cebadas meciéndose aún
entre burbujas.
Y la luna exacta capturada allí,
en el reflejo de la mesa de vidrio.
Nótense los planetas lejanos y cometas
en el brillo malicioso de pupilas
que este azar nos depara,
fugaces en su afán de llegar a casa.
Constelaciones suicidas avanzan por la autopista
dejando estelas de luz, tenue aroma a cigarro.
Melodías también,
halo a tristeza.
Vamos de la mano en medio de esta pandemia desatada.
Eres mi cielo aún.
En tu nebuloso silencio me juego mi suerte
noche a noche.
Ya que usamos tapabocas
que hablen nuestros corazones estelares.



Es terrorismo


Es terrorismo
semejante tensión de piel al sol de las 3 de la tarde.
El brillo que perla tu brazo que avanza por el aire
como introduciendo un misterio en el corazón del tiempo.
Palpitar de pájaro liberado es mi espíritu.
Visión de halcón hambriento en vuelo agazapado.
Plena avenida en hora pico,
todos ven lo que yo veo
pero nadie lo encarna
como yo lo encarno.
Pero la profecía se cumple
en tanto esta canción culmina.
No hay desazón que alcance para ver tu marcha
para siempre.
No obstante,
seguimos como si nada:
una pandemia nos espera.
El amonio cuaternario diluye el virus
pero también el verso.



Esta pesadilla que no cesa

Andar sumergido en el fango, apresado por el abrazo pútrido de la húmeda tierra que se empeña en no dejarte avanzar, enlentecido por un atardecer que no acaba nunca, que se prolonga en arreboles a punto de apagarse (pero que no se apagan), avanzando detenido por el lodo que se adhiere a ti como digiriéndote, como si de un masticar lento de la tierra se tratara y tú fueras un simple bocado anhelante, un bocado ciego, aún con esperanzas, embobado en atardeceres que se proyectan entre las hojas casi negras de los árboles. Así atraviesas el final de la tarde, agotando toda tu energía en un paso a la vez, concentrándote dolorosamente hasta liberar un pie del lodo, para avanzar unos cuantos centímetros nomás y sumergirlo de nuevo en un deglutir mezquino que no culminas de entender. Bocado de pie, avanzando en medio del masticar ennegrecido de la tierra, como si la tierra te saboreara antes de tu muerte, como si quisiera lamerte la piel mientras aún vives, para hacerte saber cómo será volver a ella después de tanto tiempo. A lo lejos, parece verse el final del camino: una zona seca, un empedrado tal vez, la salvación. Pero por cada paso que avanzas, la visión se aleja a su vez un paso también. Se deja ver, como exhibiéndose, pero no se deja alcanzar. No sabes si esta esperanza es, mejor, una tortura, como el famélico que fallece tratando de acercarse a un plato de comida puesto a un palmo de distancia, pero que no alcanza, porque primero se lo apura la muerte. Esta es una Ítaca maligna, que se burla. En plena conciencia de la desesperanza, en pleno sentido profundo de la estatua, en plena verdad de la roca, cuando ya cansado de no avanzar te vences y te diluyes en el lodo, despiertas. Abres los ojos y respiras profundo, caminas hacia el baño, el agua fría al contacto con tu rostro te espabila. Te observas ante el espejo, con toda atención, clavas tu vista en tu mirada, hasta alcanzar a entrever una mera silueta en el azabache de la pupila, atrapada en el mismo lodo del sueño, digerida en el mismo meandro de pantano donde empezaste esta pesadilla que no cesa. 


Puertas

¿Invento el poema o voy a su encuentro? ¿Y si es el poema el que nos busca?   Tal vez el poema exista desde antes y solo aguarde un ...