jueves, 21 de abril de 2022

Elegía para un hombre en Tame

 La misma bala ha sido siempre

la aguja preferida del temor.

Viene zurciendo el tejido de la muerte

y enhebrando sin preguntas

todos nuestros corazones al fuego.

 

En mi país se sigue tejiendo

con las pieles dulces de inocentes canciones

la maldita mortaja cadavérica,

una tela tan alta y tan ancha

que pronunciar su nombre enluta los atardeceres.

Ya no hay sol y no hay los arreboles,

solamente la flaca lámina negra

o el negro telón sin fondo.

 

Regiones o legiones,

no sabemos en esta última hora,

donde nuestros niños

se nos siguen muriendo a balazos,

donde seguimos condenados

a ver con ojos ya secos

una

siempre

última

caricia

de los padres.

 

Hoy vi una foto en que dos soles se abrazaban

y debajo una nota que decía

que a esa foto le habían cosido

un agujero negro para siempre.

 

Seguimos cayendo

(país precipicio)

¿dónde detendremos la caída?

¿A qué anhelo limpio nos aferraremos

cuando se acerquen

a nuestro pecho

las puntadas?

 

Hoy yo abracé a mi hija, una vez más,

fortuna infinita, obsequio de la vida,

respirar del pájaro que vuela

y mira desde arriba hacia los camposantos.

 

Que de ahora en adelante, en mis abrazos,

y en los abrazos de todos los afortunados

que seguimos planeando entre quimeras,

perviva tatuada tu tibieza

en la piel de tu hija.

 

Nunca el frío.

 

Sea ese postrero abrazo que le diste

la profunda escafandra para el alma,

el escudo perenne para el duelo,

la invisible tela que interrumpa

las futuras dentadas de las balas.

jueves, 14 de abril de 2022

"Línea Nigra" o la envidia de la maternidad

Estoy ya muy cerca de lo que pesaba antes de embarazarme. Me parezco otra vez a mí misma. La línea oscura sigue ahí pero ya es más tenue. No quiero que desaparezca. Leí que la línea existe en casi todas las mujeres antes del embarazo, pero es de un tono muy parecido al de la piel, por eso la llaman línea alba. Durante el embarazo cambia de color y de nombre. Jazmina Barrera, Línea Nigra.

 Línea Nigra es el nombre del diario de maternidad de Jazmina Barrera, ensayista y madre mejicana. Lo escribió durante el embarazo de su hijo, llamado Silvestre. Durante su escritura, es decir, durante su embarazo y meses de lactancia, ocurrió en México un terremoto que afectó a cientos de personas y que quedó registrado en el libro. También ocurrió otro terremoto, esta vez personal, al interior de la familia de Jazmina: su madre fue diagnosticada con cáncer y tuvo que someterse a un agresivo tratamiento. Ninguna de estas situaciones, aparentemente tan disímiles, aparece desconectada o fuera de lugar en el diario. Jazmina se propuso escribir un ensayo sobre el cuerpo de la madre, donde el hilo narrativo fuera precisamente ese. Así concebido y así ejecutado, no hay posibilidad de incoherencia. La historia toma cuerpo.

Muchos de los descubrimientos de este diario son maravillosos. Dice Jazmina, refiriéndose al yo narrador que habrá de construir para este diario-ensayo: "todo lo que escriba en estos meses, todo lo que haga, pero principalmente todo lo que escriba, lo escribimos los dos juntos. Tan juntos como se puede estar: uno en el centro de la otra." [P. 16]. Y refiriéndose a la preparación de lecturas para este viaje, dice:

Busco lecturas para el embarazo como si fueran guías de viaje. Libros de consejos, de psicoanálisis, novelas, poemas o ensayos de embarazadas. Me cuesta trabajo encontrar literatura. Una amiga me contó de Mary Shelley, que estaba embarazada mientras escribía Frankenstein. Era evidente, y sin embargo todas las veces que leí la novela no lo había visto: Frankenstein es una historia sobre la creación de vida, acerca de un hombre que más que jugar a dios juega a ser mujer. [P. 17].

Sobre el género que podría llegar a tener este escrito:

La feminista Mary Wollstonecraft murió cuando estaba dando a luz a Mary Shelley. Mary Shelley tuvo cuatro hijos y tres de ellos murieron, también Clara, la niña que esperaba mientras escribía la novela. Es razonable que la maternidad fuera para ella, al menos en parte, un relato de terror. [P. 17].

La maternidad tiene la vocación de convertirse en una verdadera historia de terror. No por nada dentro de nuestros mitos y leyendas abundan ejemplos de madres que han perdido a sus hijos, como La Dama de blanco o La Llorona. De hecho, en Línea Nigra, Jazmina describe el nacimiento del miedo que caracteriza la relación de las madres hacia sus hijos. El miedo que jamás abandona. Que puede cambiar de forma, de nombre, de intensidad, pero que no desaparece jamás. Sobre los mecanismos y formas de ese miedo, que no es otra cosa que otro de los resortes de la especie para mantenerse viva, nos explica Jazmina:

Dicen que la oxitocina que se libera al amamantar amplifica el sonido del llanto en el cerebro de los mamíferos. Que el llanto de los bebés desencadena una reacción inmediata en las zonas más primitivas del cerebro. Que puede llegar a causar depresión y psicosis. Ahora me pongo tapones de oídos durante el par de horas que Alejandro cuida a Silvestre en las mañanas para dormir mejor, porque si escucho cualquier cosa que se parezca al llanto, incluso el llanto de otro niño en la calle, me pongo ansiosa y me despierto. Pero ya tampoco puedo descansar en mis sueños, porque ahora sueño que está llorando y no puedo encontrarlo para darle de comer. [P. 79].

La maternidad es estado divino (de gracia, precisamente), pero también es animalidad profunda, es instinto, intuición, silencio, sigilo. Después de todo, tal vez no sean ideas diferentes, las de la divinidad y la animalidad. Tal vez por eso la madre per se, sea tótem.

 Leyendo "Línea Nigra", de Jazmina Barrera, me pregunto por qué nuestra cultura no ha procurado con más ahínco facilitar a todas las madres que lleven un diario de su maternidad. Qué razones existen para que ello no sea una costumbre arraigada e inquebrantable.

Pensando en la maternidad de mi esposa cuando esperábamos a nuestra hija Martina, no puedo no arrepentirme de tantos errores. Conozco muchos casos en los que los padres nos concentramos en ser trabajadores. El proveedor, el cazador. Durante esa época todo lo entendía desde la lógica laboral y económica. Podría decirse que me refería a mí mismo a través de memorandos, con léxico patronal. ¿Habrá algo de instinto allí también? ¿El padre estará protegido también por la biología? ¿O seremos meros expulsados del instinto y de los mensajes ancestrales del cuerpo?

Más allá de la culpa y sus indagaciones, agradezco a Jazmina la capacidad de abrirme los ojos frente a uno de los momentos más relevantes de nuestra cultura: la maternidad de cualquier madre. Por eso mismo, ¿por qué no es algo arraigado en nuestra cultura llevar un registro minucioso de la maternidad para el futuro? Me inquieta mucho el tema, pues la maternidad, realmente, es un estado anfibio y superior, es un estado especialísimo de comunicación directa con la divinidad, de encarnación de la divinidad, de acercamiento al linaje completo de la especie humana y de la vida en general.

 Jazmina nos comparte uno de miles de datos que confirma la alcurnia divina del cuerpo de la madre:

"Leo que cuando el bebé está amamantando, por un efecto de vacío, el pezón absorbe un poco de su saliva. El cuerpo de la madre analiza eso que absorbe, detecta enfermedades y puede adaptar la leche, llenarla de anticuerpos. Las palabras están sobrevaloradas." P. 70.

Las madres, a medida que van creando a su hijo, se transforman en portales a las profundidades de la especie. Siguiendo con rigor ese portal, es fácil imaginar que podríamos toparnos con Adán y Eva en el paraíso, o con la primate Lucy, nuestra abuela madre ancestral, y al fondo un crepúsculo milenario en el que no existían aún palabras para designar la materia, salvo esa, madre, palabra en la que descansan todas las demás.

Es extraño el nivel de descuido con el que acudimos al rito de registrar la maternidad. La lectura fácil del porqué de dicho descuido puede residir en que las madres, más que estar interesadas en dejar registro de su proceso de maternidad, están ocupadas "siendo" madres y que su escritura o evidencia, precisamente, es el hijo que traen en sus entrañas. Vale.

Otra lectura sencilla podría ser adjudicarle la negligencia al "patriarcado" porque, en muchos casos -la mayoría, tristemente- la madre gestante sigue incorporada a las labores cotidianas adjudicadas antes de su estado de gracia, bien sea las labores del hogar o las del trabajo. ¿A cuántos jefes les habrá dado una especie de orgullo perverso haber visto a sus empleadas reventar fuente en una oficina? ¿Semejante espectáculo no debería ser punible? Así que, sometidas a semejante trajín, ¿a qué horas, creando vida en un vientre, y además manteniendo un hogar, iba a registrar en un diario de escritura o de fotografía, de dibujo, o de pintura, etc., precisamente el doble acto de crear?

Pero postulo una razón adicional, oculta en nuestra cultura y en nuestra forma de adorar lo incomprensible. No somos negligentes a la hora de retratar el paso a paso de la maternidad. Somos pudorosos. Porque lo que sentimos es un pudor natural, innato, hacia lo divino. Así como en todas las religiones e iconografías resulta imposible mirar a Dios directamente a los ojos, así como no hay postura posible de estar frente a la divinidad sino postrado en el suelo, en reverencia, así mismo, somos pudorosos frente al registro del milagro.

Hay fotografías sueltas y hay estudios fotográficos, obvio; hay anécdotas, sí. Incluso pinturas. Pero la maternidad es tan inquietante, tan profunda y tan única (y tan corta -aunque dicen que mientras dura parece eterna, pero no lo es), que todas las fotografías y anécdotas maternas se quedan cortas. Este libro de Jazmina Barrera restituye un poco esa carencia y lo hace de manera entrañable.

Jazmina logra transmitir esa dignidad profunda de quien crea vida en su vientre, al punto que, como hombre, se siente una suerte de nostalgia imposible: ¿cómo será? ¿Qué se sentirá? ¿Qué idioma profundo y único hablarán la madre y el bebé mientras dura esa primera comunidad, esa primera cultura de la piel, que es la maternidad?

Se me ocurre que solo hay una dignidad parecida a la de ser madre gestante y lactante, a la que puede postularse un hombre: ser veterano de guerra. Aquel que regresa del frente de batalla y, como una madre, convivió con la muerte, la tuvo al frente y sobrevivió y pudo regresar y contar. O guardar silencio. Esa aura.

Pero no me engaño, pues los hombres vamos a la guerra -bueno, los que van a la guerra- a ser causantes de la muerte, a engendrar la muerte en el vientre de los enemigos. Siendo optimistas, a proteger con dientes y uñas su propia vida. Siendo indulgentes: a proteger la vida de un pueblo, lo que ello signifique, porque ya todos los sabemos: la guerra no protege a los pueblos, la guerra protege los egos de los señores gobernantes, sus pingos chicos.

Variación a Freud: la envidia del pene (que explica según el psicoanálisis el deseo, en la mujer, de ser madre o de sostener el coito), en caso de ser real, no se compara con la envidia de la maternidad que el hombre siente y no es capaz ni de enunciarse a sí mismo con palabras (que explica ni más ni menos el patriarcado, es decir, en gran medida, la cultura occidental).

martes, 5 de abril de 2022

La parte de acá de las parábolas

En la fuga frenética, polvorienta, de la presa;

pero en la persecución minuciosa y hambrienta

de la fiera;

pero en la canícula que dora el perfil

secreto

de la sombras

(que hacen frente al verano),

hay una extraña y una incomprendida

forma

de

compañía.

 

La presa cazada no muere sola,

la fiera devora acompañada.

Cuestión de tiempo será que los jirones

de la víctima

entibien sus futuras tardes solitarias

y serán juntas la misma melancolía.

 

Pero hoy no.

Y eso es una fiesta.

Hoy han comulgado

con la hostia de la naturaleza:

tan implacable siempre

y tan sincera,

tan la parte de acá

de las parábolas.


Puertas

¿Invento el poema o voy a su encuentro? ¿Y si es el poema el que nos busca?   Tal vez el poema exista desde antes y solo aguarde un ...