viernes, 7 de julio de 2023

Sillón

Soy la voz

del simple sillón de esta sala,

muñón de madera y tensa tela,

algodón en las entrañas, paraíso de los ácaros,

lugar de la siesta, las charlas casuales y los polvos imprevistos.

 

Soy humilde pero importante.

 

Cosas he visto y sentido mientras errantes

humanos juegan a los hilos del viento y del amor.

 

Recuerdo la vez que Clara, siendo niña,

rebalsó en mis cojines un jugo de tomate

desde un vaso de plástico de sombrillitas.

Cambió mi color y mi olor.

Mamá de Clara la reprendió con los ojos de roca

y en las espumas del ansia me lavó.

Ya era parte de la familia.

Sentir que me amaba más que a la niña

fue un halago (pero me brotó la culpa).

 

Yo al perro Maxi le ocultaba sus juguetes.

Un par de veces, vengativo, alojé al alacrán azaroso,

a la exploradora y fea y tierna cucaracha

y a la araña taciturna.

 

Monedas de varias denominaciones

me hicieron rico

hasta que entendí en una charla entre adultos

lo que era la inflación y el devalúo.

 

Cuando Clara creció, en mi costado

siguió jugando al rebalso de los jugos.

Ahora era ella quien borraba las evidencias

de las mareas del amor.

 

Más tarde llegaron los malvados

gatos de la noche

que comenzaron por hacerme reír

pero más tarde me despedazaron la piel.

 

Desollado, manchado y viejo

dejé de recibir las siestas de los señores.

Conocí un patio lleno de canecas

y al cabo fui reemplazado por un sofá de la China.

Su mirada, al cruzarnos en la sala,

fue fría e indolente.

Yo, en cambio, me sentía satisfecho.

 

No me importa morir después de tanta vida,

no me importa el olvido de los seres,

mío es el destino de la tela y la madera.

 

Será cuestión de tiempo

regresar al aire siendo árbol

para sostener ahora 

a los pájaros cansados.



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