La salmonella lame paredes de hastío
y aún así arde en ella el fuego de la felicidad.
La sombra acuosa de la tristeza
no cabe en células procariotas.
El ADN aún disperso
no alcanza a aburrirse
no se mira a los espejos
ni se hace preguntas.
Reptar por los intersticios de las pieles
como gelatinas clandestinas
espías coloides de caricias,
alimentarse y cagar,
reproducirse
para seguir siendo ella misma
SIEMPRE,
e ir avanzando en círculos
hacia la nada.
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