miércoles, 19 de junio de 2024

Secreto encanto

Qué secreto encanto protege

todo cuerpo

frío circular adherido a las paredes internas

de la nada

mucosa sutil con la que ciñes los pliegues del vacío

todo cuerpo protege con su vida

el secreto encanto

del silencio inicial

que aún se escucha

debajo

y antes

de la música de las esferas.




Al niño le dije

Al niño le dije palabras de fuego incomprensibles prematuras

usé el tono grosero de los hombres

señalé, fungí

como juez de su alma aún trémula

asustada de haber nacido

a la sorpresa sostenida de la vida.

 

El niño comprendió prontamente

que el silencio

es la primera cicatriz

que el silencio

perdura todavía

que el silencio de antaño

al cabo de los años

nos hace pronunciar las palabras de fuego

incomprensibles

prematuras

a las inocentes criaturas

que nos miran.





Tarde

Leí, entre tantas noticias que abundan en las redes, la de un hombre, ya mayor, que perdió a su hijo en un accidente de tránsito. La poesía no tiene una utilidad que la justifique. Si así fuera, dejaría de ser literatura y se convertiría en mera propaganda. No obstante, sus mecanismos internos, siendo inescrutables, a veces adoptan la forma del dolor ajeno, desgarran la piel, vibran con ese dolor lejano y se instalan, valiéndose de quien escribe, en una hoja en blanco. Allí, paisaje terrible enviado a través del aire, se dibujan sentimientos que no son propios pero que han sido sentidos y han encontrado una forma de salir al mundo.[1]

 

Tarde

A un hombre que ha perdido a su hijo

 

Allí, en ese exacto lugar del aire, donde nada transparenta

la ilusión de la luz,

jugamos a imitar el sigilo del gato.

Acostados, hijo,

vimos cómo la niebla rodeaba el árbol del parque

y parecía llevárselo.

Temiste ese día que la niebla te llevara

y yo, que nací tantos años antes que tú,

te expliqué con calma que la niebla rodea a todos

pero que no se lleva a nadie verdaderamente.

Es liviana, hijo, y nos hace livianos.

Eso fue lo que te dije.

 

Hoy, cuando miro el aire quieto en esta sala,

me llega, tardío e inútil, el presagio de ese día.

Cómo recuperar de la niebla esa piel tuya.

Cómo reconstituirla desde el aire.

Y los ojos en los que brotaba el asombro.

Cómo avanzar por las calles del mundo

sin tus chicos ojos guiándome.

 

Todo es la niebla.

Todo es el fin del mundo.

No hay sol que nos salve.

 

Extraña forma de la eternidad,

esta,

que nos dejas.






[1] Releo ociosamente una entrada anterior (qué cosa es) y se me hela la sangre. Ese poema narra al final, precisamente, la muerte de un niño atropellado en una carretera. Es, casi, la escena trágica que inspiró el poema Tarde. Coincidencias de la literatura, letras que quieren adornar los destinos escritos desde siempre.

Puertas

¿Invento el poema o voy a su encuentro? ¿Y si es el poema el que nos busca?   Tal vez el poema exista desde antes y solo aguarde un ...