En este instante
neto,
potente,
bloque íntegro
que aprisiono entre mis dedos juntos
-que son un puñado de sal antes de disolverse
en el mar del tiempo-,
cabe todo Dios.
Aquí lo tengo,
míralo,
siente su tibieza.
Aprieto el puño y lo hago cada vez más chico,
casi no queda nada de él,
solo mi piel que aprieta las grietas de su ser.
Al fondo se escucha una música misteriosa,
a mi alrededor el aire se arremolina y se adensa.
En un espeso respirar
se enlentece el vaivén de mi pecho.
Algo me aprisiona,
primero con ternura y luego con tremenda fruición,
sin clemencia.
El aire de mi ser es expelido
la sangre de mis venas duda.
Sé que debo aflojar mis dedos,
sé que debo liberar a Dios entre mis dedos,
sé que estos juegos no son nada buenos.
Pero no puedo.
No
puedo.
No quiero estar solo.
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