Los físicos habitan la melancolía.
Hoy en día
lo primero que confiesan
es la imposibilidad de atrapar un átomo.
Luego, con la mirada perdida aún, agregan
que resulta imposible
incluso verlo.
En estas confesiones se hermanan con los poetas,
también en sus maneras,
muchas veces incomprensibles,
de demostrar nuestros límites.
Como era de esperarse en una especie huidiza
y frágil
como la nuestra,
siempre se nos escapará de la materia
su esencia.
Mas luego de coincidir en estas confesiones
un rayo del sol del mediodía
-ese átomo enorme-
alumbra la cuenca de tus ojos,
el hielo negro donde nace tu vista,
el ónix con que trazas líneas delgadísimas
en aquello que miras,
otorgándoles
en la serenidad del tiempo
que se alarga
algo así como un destino.
Y nuestros ojos se cruzan y en mi vientre
se anida la tibieza del átomo,
surge desde tu mirada casual hacia mi alma
una estela invisible
y va dejando hitos lunares,
que luego anoto en mi libreta.
Al cabo, ese átomo viajero, me atraviesa y huye
buscando otros ínfimos amores
para no sentirse solo.
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