Fui un niño cruel que jugó al fuego de las almas negras,
blandió, feroz, lápices gastados
para describir fantasmas.
Yo, de niño, a uno de ellos, le animé diciendo:
te veo, fantasma oculto
en esta última lágrima emisaria,
aún te escucho, sigo atento los mensajes
que me mandas desde el pasado.
Fantasma débil, transparente,
pero todavía fantasma,
sigues aquí
en la tenue luz que se apaga al morir la vela.
Pero la verdad, fantasma, era otra.
No te sentía ya.
Habías desaparecido desde siempre.
¿Viviste alguna vez, fantasma engañado?
¿Te ilusionaste de verdad?
¿Creíste que alguien (¡por fin!)
descifraba tu mensaje de la angustia?
Tuve el gusto de mentirte siendo niño.
Hoy, te aseguro que jamás pude escuchar
palabra alguna que viniera
de tus labios
a mi frío.
En esta hora aciaga para ti, pertinaz en mi crueldad, confieso
una última verdad:
ni en aquel entonces
ni ahora
supe diferenciar cuál de nosotros dos
era el fantasma.
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