Uno. Inaugurar la metáfora
pero practicarla en silencio y con los ojos cerrados
el aliento sea nuestro único lenguaje.
Dos. Tomarnos de la mano para enlazar la tarde en
dos mitades
y que el poniente calque el crepúsculo de nuestros dedos.
Tres. Emergidos, azules, del fondo del océano
nos nazcan los besos en los labios
como peces abisales que detienen el tiempo.
Cuatro. Un corazón chico explote en tu vientre
y tu pecho henchido sea su aurora.
Cinco. Y en la canción del llanto a oscuras
sorprendamos a Dios con arrullos imposibles
hasta que Dios también se duerma
y salgan las ciegas creaturas del caos
a recordar la vigilia
y nos digan hola
y luego todos guardemos incómodo silencio.
Seis. Y cuando
Dios despierte y retorne a la palabra
y nos narre de nuevo toda la historia toda
podamos en cada beso viajar de vuelta al lago esencial
donde las creaturas ignoradas nos miran sonriendo
enternecidas por la imprudente omnipotencia divina.
Siete. Al borde de
la muerte, después de las edades
percatarnos que las creaturas ignoradas
siempre fuimos nosotros.