Una nota aguda, afilada, como la hoja de plata
de un beso nocturno y callejero,
el lamento sincopado del saxo
es augurio.
El hombre camina por el callejón,
como quien sube, peldaño a peldaño,
hacia el cadalso.
No lo sorprenderá el indulto,
la amada muerte lo aguarda
a la vuelta de la esquina.
Cuatro pisos arriba, adosado
a la ventana
-como aparición milagrosa-
tu perfil iluminado
por la agotada luna milenaria.
El hombre carga frías manos
en sus bolsillos.
Ya casi se consuma su fatal destino, último paso.
Mira tu silueta y un pálpito recorre
desde el rocío del asfalto nocturno
hasta el envés del ciego corazón,
certeza de la muerte pero tranquilidad de la muerte.
Tu perfil plateado, afilado
por la agotada luna milenaria
le ha partido el aire a la noche.
El auto, veloz, ebrio, ensimismado, acelera.
El paso fatal avanza.
Un golpe seco te despierta
y ves volar un figurín.
Algo, que no nació,
muere entre nosotros.
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