Acostada todo el día, sol nocturno,
te he
visto ceder al embate del absurdo,
las sábanas
ancladas a tu alma
succionando
la sangre de naciones de antaño.
Pálida,
miras con ojos secos
el avance
sostenido del tiempo
en los
tejados vecinos.
Te veo
y un
incendio helado me quema las entrañas.
Pocas
palabras quedan para retratar lo hermoso.
Mi lenguaje
se suicida
cual
llovizna que cesa.
Pero
(tenacidad
del viento)
una mariposa
imposible se filtra,
mariposa de aire,
respirada.
Y, lenta en su aleteo,
se te
para en un hombro.
Sonriendo,
me miras.
-
Te
ha elegido -te digo.
-
Y
yo a ti -me contestas.
Desde ese
día, una mariposa me visita
en las
tardes de la desesperanza,
se posa
en mi hombro,
restituye
los colores en tu ausencia.
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