Hay estertores del diablo salpicando
las paredes grises de este manicomio
mío
o corazón mío
o mío amor.
Entre bufidos y coces, algo me dice
no le escucho
no quiero escucharle
pero mis manos aprietan al aire
tal vez practiquen para futuros dramas.
Lo extraño del asunto es que dialogan
la garganta tullida de mi diablo, rojo
-o arrebolado-
con tus sutiles cantarinas griterías
que salen de tus ojos cerrados
como gruesos lagrimones aceitando
aún
tiernas
tragedias.
Han de ser tus ángeles niñas
blancas y sutiles harpías
que alimentan desengaños.
Oh, agrieras sutiles del amor
cómo viviros sin claudicar a los periódicos.
Durmamos, mejor,
y habitemos
mansamente
este silencio que surge
entre las sábanas.