I
El vidrio
ingresó al corazón
o nació
en él (surgió)
como un
pálpito súbito.
El
público, admirado, exclamaba:
"¡es un
vidrio
y está en
medio del corazón!
¡Son los
misterios de Dios!"
Por mi
parte, si bien estaba admirado,
veía con
desconfianza el milagro.
No tardé
en percatarme el porqué
de mi
desconfianza:
el vidrio
había nacido en MI corazón.
Con ojos oblicuos
de un lince interno
me miraba
hacia adentro y un rostro múltiple
se
reflejaba en el vidrio facetado.
Pude
darme cuenta
del
origen de la punzada interna
que me
llevaba a escribir estas cosas
cada que
en la ciudad llueve
o cada
que hace sol:
la
pulsión que me hermanaba al mundo.
II
Todavía
admirado, pero también inquieto
estiré
las manos y tomé el vidrio,
no me
costó casi nada
desprenderlo
de la aurícula derecha
donde
entorpecía desde hace quién sabe cuánto tiempo
el
ingreso de la sangre historiada de mi cuerpo.
El
problema surgió justo allí:
apenas
suelto el vidrio, la punzada
desapareció,
la anomalía
fue corregida.
De
inmediato, el envés del universo
se ocultó
de nuevo
al punto
que tuve que hacerle caso
al
silencio.
III
(Pasados
algunos segundos,
que en
tiempos cordiales equivalen a décadas
pues el
tiempo del corazón es el mismo tiempo
de los
sueños,
me di cuenta
del error que había cometido.
Las cosas
habían vuelto a ser simplemente ellas mismas
las
flores ya no se postulaban a traiciones de la piel ausente,
la luz
del sol ya no enviaba alfileres dorados
para
castigar caricias,
mi rostro
en el espejo
volvió a
ser un rostro cualquiera,
la
opacidad de mi ojo izquierdo
brillaba,
gentil e inocente.
No lo
resistí.
No lo
resistiré.
Por eso
en este verso
clavo de
nuevo el puñal de vidrio,
que es
como decir,
tomo de
nuevo la pluma
y
aprovecho la tinta roja inacabable).